Al principio nadie pareció darse cuenta. Fueron leves
cambios casi imperceptibles. Primero los insectos comenzaron a sufrir ligeras alteraciones,
se hicieron más grandes, más duros, a algunos de ellos les creció pelo, algo
asqueroso. Después le siguieron las aves, con picos deformados, crestas hechas
de hueso, y colores brillantes en sus alas a la imagen de esas serpientes y
sapos venenosos de los bosques tropicales. Luego le siguió el resto de
criaturas de la tierra. Algo había cambiado en el aire…en el agua…algo para lo
que no estábamos preparados y a lo que todo ser vivo intentaba adaptarse.
Enseguida llegó el caos. El desprecio. El odio. Todo el
mundo tenía armas y empezamos a usarlas los unos contra los otros. Matabas a tu
vecino si le veías un bultito en la frente, o las uñas largas, o un color
extraño en los ojos. Nadie sabía de dónde provenía, pero tal vez fuera
contagioso. Es lo que tiene la ignorancia. Ahora hay cuerpos putrefactos por
las calles. Nadie los recoge, los reclama, ni les da sepultura. Los muertos ya
no son importantes.
Encerrado en casa, sentado mirando siempre hacia la puerta,
descanso pistola en mano por si viene alguien. Los últimos días me picaba el
brazo, y me he descubierto algo similar a escamas de pez que trato de ocultar
bajo la manga de la camisa. De vez en cuando le echo un vistazo como quien mira
una humedad en el techo: ¿ha crecido?
Yo creo que no. No, seguro que no. Esto
ya estaba así –trato de convencerme-. Pero la verdad es que hace tres días
medía un centímetro y ahora mide casi diez.
Da miedo salir a la calle. La mitad de mis vecinos están
muertos o se han largado lejos, al campo, al monte o a lugares solitarios y
perdidos. Pero yo no. Siempre he sido muy de ciudad. Últimamente me estaba
juntando mucho con la Liga en Defensa de
la Humanidad. La LDH, como la llama todo el mundo, se dedica a patrullar
las calles en busca de mutados y eliminarlos drásticamente. Dicen hacer una
labor social, evitar el contagio por la fuerza. Llevo días sin ir con ellos. Hoy
tengo que salir a recoger algo de comida del supermercado. Ya no queda
demasiada, todos ellos han sido saqueados violentamente pero necesito encontrar
algo de comer.
Salgo por la puerta pensando si volveré. El futuro es muy
negro y no sé si llegaré a mañana, a pasado, o a la semana que viene; lo que
está claro es que la esperanza de vida de la humanidad es cada vez más corta. Al
salir del portal una ráfaga de viento trae aromas pútridos de muerte. No se ve
a nadie, así que prosigo mi camino lentamente, atento a cualquier movimiento o
ruido que entre tanto silencio se transmite por el aire a gran distancia. Camino
como un loco paranoico, mirando a todas partes por si me vigilan y no me separo
de mi arma ni para dormir. Cuando llego al centro comercial, todo está en
ruinas, como si hubiese sufrido una inmensa explosión y prácticamente no se
sostuviese en pie. Rebusco por los pasillos para encontrar algo que llevarme a
la boca, cualquier cosa, pero ya solo quedan estantes vacíos y algunos restos
tirados por los suelos. De pronto al levantar la mirada del suelo veo a un
tipo, joven, sucio, apuntándome con un revolver a unos pocos metros. No me da
tiempo a sacar el arma. [Continuará…]
1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
Modelo: Enrique Pascual
1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
Modelo: Enrique Pascual
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